Este es uno de los relatos que más me han gustado de los que conforman "Política de hechos consumados".
Desde este sitio puedo ver la calle a través de la luna de cristal. El sol del mediodía parece arrebatarle la sombra a las cosas, que palidecen como descoloridas por el paso del tiempo. Pero los coches reducen, y la gente camina con paso rápido. Allá afuera, un niño de unos diez años hace muecas y gesticula con la cara pegada al cristal y el ceño fruncido, mirando hacia mí. Una mujer de mediana edad, que hasta ahora le arreglaba el cuello de la camisa a otro niño más pequeño, se dirige hacia mi observador. Lo agarra por el brazo y le da un bofetón y una sacudida -lo que ella cree que se merece. El niño rompe a llorar, arrugando el rostro.
Una mujer mayor acaba de entrar en la cafetería. Va con el brazo extendido, y pide "un duro pequeño". Con pasos cortos se aproxima hasta la barra. El camarero dice "no hay un duro pequeño", y ella da media vuelta y sale. Cuando me doy cuenta, el niño vuelve a estar enfrente de mí haciendo muecas a través del cristal. Lo miro, miro a la vieja marchar calle abajo lentamente, luego vuelvo a mirarlo. Me quedo así durante un rato. ¿Qué aspecto tendrá a los cuarenta?

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